Durante los próximos siete meses, Andrea Chignoli, la montajista más joven del cine chileno, no tendrá dirección fija: andará por Asia y Europa vagabundeando en busca de perspectiva. “El viaje que voy a hacer es para mirar y vivir. Cuando trabajas en cine, las experiencias vitales son cruciales”, afirma.
Con 25 años, ya ha manoseado las tripas de En tu casa a las ocho e Historias de fútbol, cortando y pegando una imagen con otra, y ya tiene listas Los enredos de Sussi (un telefilme a punto de estrenarse en Televisión Nacional) y Cielo ciego, primer largometraje de Nicolás Acuña. Además, asistió los montajes de Johnny Cien Pesos, Los náufragos y Mi último hombre. Y los cortometrajes que ha montado -sin cobro de por medio- suman más de quince. Valiente tarea considerando que en Chile no existe una tradición académica cinematográfica.
Andrea aprendió a manejar la moviola en el laboratorio de cine de su padre, un argentino que se quedó en Chile porque Raúl Ruiz le pidió que fuera su asistente de dirección en Tres tristes tigres. Con el material que sobraba de los trabajos de su padre, montó su primera película: unos pingüinos de la Antártica que movían la boca, sincronizados con una canción de los Beatles.
Terminó periodismo en Concepción para tener una experiencia universitaria y nunca ha trabajado en publicidad. “Por ahora, mi aventura está en las imágenes del cine”, dice. Si un rodaje dura cuatro semanas, un montaje toma entre ocho y doce, tiempo que permite reflexión. “En esto, el ritmo es muy importante”, asegura. “Por ejemplo, mientras hacía mi tesis, viví cuatro meses en completa tranquilidad en una caleta de pescadores. Y ese ritmo personal se reflejó después en el siguiente montaje: las tomas fueron más largas y contemplativas que otras veces”.
Revista Paula – Feb.1998